Pruebas de la existencia de Dios: Vía de la Contingencia

El más rústico de los hombres, con sus facultades mentales en orden y no carente del juicio natural, reconoce indudablemente que no hay persona que no proceda de otra. También sabe el más rudo de los hombres que la muerte no hace entre los de su especie ninguna excepción.

De acuerdo con esto último, es posible afirmar sin vacilación alguna que la vida del ser humano tiene fecha de caducidad. Muere el hombre y ha muerto siempre, y por eso es llamado mortal. A pesar de los delirios de inmortalidad que han poseído a unos cuantos individuos a lo largo de la historia, y de los mitos que tal ensueño ha injertado en la cultura y en la imaginación de las gentes, la muerte es la orilla a la que van a parar todos los seres humanos, sea mucho o poco lo que hayan remado.

La muerte es puntual, insobornable y segura. Y todo mortal, aun el más insensible de los de su clase, es consciente de que antes o después habrá de enfrentarse a ese trance final. Se revela entonces a la conciencia del hombre un límite que no puede eludir de ninguna manera. Al tropezar así pues el hombre con esta realidad que le supera, entiende que es en el fondo un ser impotente y necesitado. Impotente porque no tiene capacidad para escapar de su suerte última, y necesitado porque carece de lo necesario para no vivir únicamente durante un tiempo determinado.

Por otro lado, es evidente que el hombre no elige nacer. Es aquí otra vez el hombre un ser incapaz. Ningún mortal, en efecto, puede realizar esa acción inicial. De hecho, la acción de nacer no le incumbe en absoluto, pues la decisión de su alumbramiento está más allá de su voluntad e incluso es previa a sí mismo. De esta suerte, el hombre descubre en este punto un nuevo confín; más allá del cual, el abismo. Si retrocede lo suficiente, un vacío que no comprende. ¿De dónde vengo y para qué?

Tiene el ser humano, por consiguiente, límites en su génesis y en su término. Nace sin su mediación y muere sin que su consentimiento valga de mucho. 

En otras palabras, el ser humano es empujado a la vida y, tras un período previamente definido, obligado a salir de la misma. De acuerdo con lo anterior, ¿no son las fuerzas del hombre ciertamente limitadas? ¿No está el hombre condicionado esencialmente al inicio de su vida y al final de la misma? 

¿Cómo explicar entonces el origen de este ser circunscrito, carente de potencia infinita e inexplicable por sí mismo, que existe precisamente al margen de su voluntad y muere a pesar suyo? ¿Cuál es su razón de ser? ¿A qué se debe que el hombre exista?

Si el hombre, como resulta evidente, procede en todo caso de otro, seguro es afirmar como propiedad esencial de su ser la contingencia. El ser humano, dicho de otro modo, es una posibilidad. Su rasgo primordial es ser contingente, una circunstancia, un accidente, una realidad que acontece. Un ser, sin embargo, que en condiciones normales puede engendrar. Disfruta el hombre de un don o facultad que para sí mismo no puede aplicarse: dar vida a otro ser semejante. Pero engendrarse a sí mismo es una potencia allende sus fuerzas. Se trata, como se ha dicho, de un acto imposible para su naturaleza. Algo irrealizable, que le sobrepasa, y que le indica de manera clara y definitiva que debe su existencia a otro. Y ese otro, lógicamente, no puede ser alguien con sus mismos atributos.

Se puede explicar no obstante el origen de cualquier hombre particular recurriendo a sus progenitores. De tal manera que cada cual da ciertamente cuenta de sí por medio de sus ascendientes. Pero no es posible sostener que el ser humano resulta de una cadena de seres contingentes que se remonta hasta el infinito.

¿Cómo va a ser el origen objetivo del ser humano cualquier otro ser contingente, por muy alejados que se encuentren en el tiempo el uno del otro, si ninguno es capaz de engendrarse a sí mismo? El ser contingente así pues existe, pero podría no haber existido; es, pero como consecuencia y motivado por algo distinto. De todo ello se concluye que para que el ser contingente sea, se precisa la participación de un ser necesario. Un ser que existe necesariamente, que no ha sido engendrado por otro, que tiene capacidad para engendrar con potencia infinita, que carece por tanto de límites; que es, en última instancia, omnipotente, increado y eterno.

Al ser necesario también se le llama Dios.

La contingencia se explica por la necesidad. El hombre es obra de Dios.

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